So wonderful

 

So Wonderful

Es estúpido ¿verdad? Realmente estúpido y descabellado. Me enamoré de ti y te amo ¿No crees que es idiota?

Sí, cuando reconocí esos sentimientos, automáticamente quise reírme de mí. Me quise reír hasta llorar y quedar allí. Pero… Por la manera que me hiciste, soy incapaz de demostrar tales cosas, aún así, lo que no sabes, es que me diste la capacidad de amar cada una de tus virtudes y defectos. Te amo hasta la raíz. Si te lo dijera, posiblemente dirías que lo único que siento es solo un intenso agradecimiento hacia ti, quien me dio la vida. Posiblemente, te daría la razón y todo quedaría allí, clavado en medio de mi pecho, hiriendome más y más, mientras yo, sentada a tu lado, en tu mesa de trabajo, seguiría con la mirada el esmero hermoso que le pones cuando haces mis vestidos o cuando retocas mi maquillaje. Y yo, todavía herida, en mi fuero interno, aceptaría tu error: No solo estoy agradecida contigo, también te amo. Me he enamorado de ti.

Sin embargo, es imposible que yo acepte tales sentimientos en voz alta y, sí, también se debe a ti y a tu manera de concebir las cosas. Creo que si tus ojos totalmente concentrados se dedicaran a observar mi interior, en lugar de crearme el más bello maquillaje, podrías ver tanta vida en mí que tú también te enamorarías perdidamente.

Sé que también me amas ¿sabes? Me he dado cuenta desde que abrí mis ojos. Sé que el quedarte hasta altas horas de la madrugada conmigo, hablando o simplemente trabajando en mi apariencia, significa algo más. Soy algo más que un trabajo para ti ¿no es verdad? Por favor… dime que es así. Mírame a los ojos, con otro tipo de mirada y simplemente pronuncia mi nombre. Dime que soy especial para ti y solo así, la maldición que solo tú me pusiste, se romperá y todos mis sentimientos internos se exteriorizarán. Dímelo, para poder limpiar esas lágrimas que te he visto derramar de frustración y cansancio cuando las cosas no han salido como tú deseabas. Dímelo, para poder cubrir tus hombros cuando el sueño te ataca y te duermes en la silla. Por favor, tan solo dime que me amas tanto como yo te amo a ti, para dejar de ser tu trabajo y poder ser tu compañera.

Hoy has llegado con nuevas telas. Me dices que me harás el vestido más hermoso que se haya visto. Y yo, como siempre, te creo, porque todo lo que sale de tus manos, es bello. O eso dijiste cuando finalizaste mi maquillaje y me acariciaste la mejilla.

La tela que hoy has traído es una seda china, blanca como la nieve que un día vi gracias a que me asomaste a tu ventana. En ella, los dibujos de flores de cerezos y dragones bailan al son de la maquina de coser. Mientras, me cuentas historias de amor entre dragones y humanas. Sí eso fue posible, me pregunto ¿Por qué nuestro amor no lo es?

Las puntas de tus dedos me recorren de los hombros a las muñecas, de los muslos a los tobillos. Siento tu cálida respiración en mi cuello cuando me abrazas para medir mi cintura. No he cambiado, quiero decirte con una sonrisa tímida. He sido la misma de siempre y aún así, sigues abrazándome para medirme… ¿Acaso eso no es amor?Finalmente, me desnudas. Con esa delicadeza y cuidado que te caracteriza, me retiras el vestido de los años 50 y colocas el molde del kimono chino que estás haciendo para mí. Por eso, también me enamoré de ti. Por la inocencia con la que me desvistes, como si fuese a romperme en cualquier momento. Me gusta que me cuides así, que nada sea brusco ni vulgar contigo. Por dentro, mi corazón se revolotea y solo ruego a que no dejes de acariciar mi cintura cada vez que pasas los alfileres. Uno de ellos, de repente, choca contra mi piel y te disculpas. Te quedas callado unos segundos, me mirás y te ríes de ti mismo, regresando a tu trabajo. También me río, si sabes que no siento nada, tonto, pero te perdono…

Te amo.

Has terminado el vestido para mí. Me tomas fotos, me miras embelesado. Me dices que me veo hermosa. Y yo, como siempre, en silencio, vuelvo a pronunciar cuánto te amo. Mientras me cargas y me bajas a tu tienda, voy diciendo cada una de las cosas que amo de ti. Amo tus ojos concentrados, amo tus manos. Tus pómulos delgados y sobresalientes. Amo tu nariz punzante y delgada. Amo los surcos de un pasado acné en tu mejilla. Amo lo grave de tu voz. Te amo hasta la raíz, digo por último, cuando llegamos a la vidriera donde me tendrás una o dos semanas, exhibiéndome a las personas que de seguro entrarán enseguida a la tienda para adquirir ese mismo modelo que yo visto. Lo harán, porque todo lo que sale de tus manos, incluida yo, es hermoso.

Tipos de Almas que encontrarás en mi tienda

No todas las almas tienen la misma forma, los mismos recuerdos y la misma manera de llegar. Me dijo mi abuelo.

El alma no siempre puede controlar la forma en la que llegará a la tienda. Siempre depende de la hora de muerte, del autoestima, de la forma de morir. No es lo mismo un alma que muere en un incendio, a la que muere por un ataque cardíaco. No es lo mismo el alma de una persona preocupada por su físico, que otra que lo aborrecía. Tampoco es lo mismo un alma que muere de día, a una que muere de noche. Todos los factores de su vida y su última hora antes de morir influyen en su llegada a la tienda.

Algunas almas llegan en forma de motas de luz, muy pequeñas, pero brillantes, como una luciérnaga. Son almas de tipo nocturnas, es decir, de personas que mueren en las horas más oscuras.  A ese tipo de almas le corresponde un espacio en la vieja caja musical que me regaló mi abuelo. Eran tan pequeñas, que una simple brisa podría empujarlas fuera de la tienda y lograr que se pierdan. Y no hay nada peor que un alma perdida.

Las almas perdidas flotan por el exterior hasta aferrarse a la primer cosa a punto de nacer. Puesto que la tienda está situada en medio de la ciudad, no tienen más opción que ser un insecto. Algunos tienen la suerte de su lado y renacen siendo un gato en el seno de una familia cariñosa, o un perro. Pero otros, más desgraciados, se aferran a larvas de moscas o crías de ratas. Por eso, mi abuelo y yo tenemos la obligación de encerrarlas en la caja musical y liberarlas de vez en cuando en algún lugar seguro, siempre vigilando de cerca. Nadie quiere que la mota de luz de un gran escritor termine siendo un mosquito aplastado en la pared.

Otras almas llegan en forma de objetos. Según los registros de mi bisabuelo y abuelo, en la tienda hubieron catorce de ese tipo. En el registro que llevo en mi cuaderno, solo tengo una: Un espejo. El alma de cierta señora amaba tanto ese espejo en vida, que al morir se pegó a este. Por varios años estuvo colgado en su habitación, hasta que su bisnieta, falta de dinero, lo vendió en una subasta. Mi abuelo, quien concurre a todas las subastas habidas y por haber, instantáneamente detectó a la señora en ese elemento y no lo pensó dos veces a la hora de comprarlo. Y se lo agradezco, ya que la señora es tan amable con nosotros que siempre nos hace ver más lindos de lo que somos en la realidad. “Muestro la belleza de tu interior”, me dice, cada vez que corro a ella a peinarme.

También están las almas que vienen amoldadas al cuerpo que tenían, tanto en esa vida, como en otra anterior. Esas almas se abrazan a ciertos deseos y anhelos pendientes, que no pierden su apariencia. De estas tenemos en cantidades, de todas las épocas, sexos y edades. Los niños, son los principales de este tipo de alma (Aunque los niños también prefieren otra forma de la que hablaré luego). Las almas amoldadas a sus cuerpos no pierden los recuerdos de la vida anterior. Recuerdan su nombre, su edad, su forma de morir, lo que comieron la semana pasada. Todo. Puede que hasta sigan sintiéndose vivos y, personalmente, odio cuando olvidan su muerte. Pero de esto hablaré en otra ocasión.

Las almas amoldadas son las más complicadas, pero a la vez, las más fáciles de cuidar y tratar (Si las comparamos con otras almas). Son casi como humanos vivos (Aunque mi abuelo me dice que trate de no considerarlas tan humanos, no es lo correcto. Sería como tratar de rata a un gato).

Y luego, está el último tipo de almas y mi favorito. Las almas con formas de animales. Como dije antes, los niños prefieren cierto tipo de almas, y a veces nos llegan con forma de conejos, de gatos, de pájaros o zorros pequeños. En mi registro de ahora, solo tenemos un zorro y un tigre. Ambos inofensivos, claro.

Aun si todas tienen sus diferencias, no puedo evitar adorarlas cada una. Todas son especiales para mí y cada una tiene una historia de vida apasionante. Algunas arrastran recuerdos de cada una de sus vidas pasadas. Otras solo recuerdan una. Y están las que no recuerdan nada de su vida, pero no por eso no son menos interesantes. Hasta las motas de luz me fascinan con su forma de comunicarse y vivir su estado de muertes. Ni hablar cuando consiguen un dueño. Hay tantas cosas maravillosas de este trabajo y tan poco espacio para contarlas.
Ahora bien, cuidarlas merece un artículo aparte.