Morir para conocerte.

Narrada desde el punto de un alma.

 

Habiendo pasado dos semanas como alma, no encuentro diferencia con la vida. Las hay, demasiadas, pero no las siento porque no me arrepiento de estar muerto.

Cuando mueres, te despojas de todo por completo. No tienes nada. Ni siquiera tienes forma, puedes adoptar la figura que quieras. Puedes ser desde una silla, hasta una pluma de colibrí. No hay límites. Tampoco sientes nostalgia, ni falta de algo. Eres completo. En ti encuentras todo y mucho más. La muerte, a la que todos tememos, es mil veces más bella que la vida. Sin embargo, es limitada. No puedes estar en el mundo de los muertos por mucho tiempo. Tarde o temprano, el grito de una madre pariendo te sujetara y te arrastrará a un nuevo cuerpo, un nuevo sujeto. Ni la muerte ni la vida duran para siempre.

Una lástima, porque estoy deseando estar muerto para siempre. Poder mirarla todos los días, hasta que su alma venga a mi lado.

La conocí un miércoles. Salía de mi universidad, corriendo y protegiéndome con mi abrigo de la fuerte e inesperada lluvia que comenzó a caer. Tras correr dos cuadras, llegué a la tienda de antigüedades que siempre pasaba sin darle mucha importancia. Esta vez, su escaparate fue una solución a mis problemas y decidí protegerme de la lluvia por un rato, hasta que calmara. Fue allí donde la vi a través de la vidriera. Cabello corto, lunar en su mentón, labios pequeños, baja estatura. Era preciosa. Instantáneamente, sufrí una atracción a primera vez. Ella se encontraba lustrando unos zapatos de cuero, antiguos y negros, pero gracias a la cera, lucían como nuevos. La espíe por unos minutos, fingiendo interés en unas pequeñas botellitas de perfume, hasta que decidí entrar, verla de cerca.

―Hola ―dije, con cierto nerviosismo. Ella alzó el rostro de su trabajo y me miró, sonriendo.

―Buenas tardes ¿Necesitas ayuda?

Se la veía joven. 19 o 20 años, más o menos. Negué a su pregunta y señalé el local.

―Simplemente venía a ver un poco y protegerme de la lluvia ¿No te molesta?

―No, claro que no. Afuera llueve mucho ―dijo, sonriendo un poco más. Mi corazón iba a estallar si seguía así―. Mira lo que quieras y si tienes alguna duda, preguntame.

Luego regresó a su labor, con expresión concentrada. Me paseé por entre los muebles gigantes y desgastados. El olor a madera y humedad que desprendía de ellos, era tan adictivo como mirarla. La tienda estaba en completo silencio y casi me incomodaba estar allí, solos. A pesar de eso, me mantuve tanto tiempo como me era posible y terminé comprando una botellita vacía de perfume, que no servía para nada, pero solamente quería justificar el tiempo que me quedé.

Volví una semana más tarde. Y otra. Y otra. Y otra. Aun así, nunca conseguía el valor para hablarle, para preguntar y saber de ella. Nunca encontraba las palabras correctas para decirle y me dejé casi un dineral en esa tienda.

Entonces, llegó el verano. Me fui de vacaciones con mi familia y morí, ja. Cuando desperté, estaba con ella. Pero todo estaba diferente. En un principio, creí que mi muerte había sido un sueño más… Luego que ella era el sueño. Pero todo era real: Yo era un alma, que estaba ligada a esa tienda. Alguien de mi familia, quizás, me había comprado allí y como dictaba el contrato, al morir, estaba obligado a volver a la tienda de antigüedades, a esperar por un nuevo contratista.

―¿De vuelta? ―Quise saber, todavía boca arriba en el suelo. Sentía todo el cuerpo humedecido y aún vestía mi traje de baño. Ella asintió y me ayudó a sentarme. El agua dulce con una mezcla de barro ingresaba a mi boca, como si la corriente me hubiera arrastrado kilómetros y kilómetros hasta este lugar.

―Somos una tienda de alma y has vuelto a nosotros. Posiblemente no te acuerdes, hay viajes de almas que olvidan todo lo referido a su pasado. Algunos los recuerdan, pero otros no. No te preocupes, es normal. No vas a recuperar los recuerdos con el tiempo, así que solo limítate a disfrutar tu estadía.

Dicho esto, me pasó una toalla y secó mis brazos. El resto de mi cuerpo lo hice yo. Una vez que estuve de pie, revisé la habitación. Pequeña, sucia, con miles de relojes de pie detenidos y uno solo andando. El lugar donde yacía antes, estaba cubierto de papeles destrozados y mojados. Ella me ofreció un par de prendas, con una sonrisa cálida y amable. Seguramente, no recordaba que yo era el chico que pasaba varios minutos en la tienda.

―Cuando estés listo, baja. Te estaremos esperando.

¿”Estaremos”? ¿Quiénes? Quise preguntarle, pero no me salía la voz. Solo me limitaba a asentir y admirar de cerca su rostro, la temperatura de su cuerpo (El mío ya no tenía ni calor, ni frío).

Me vestí con una camisa blanca y los pantalones de algodón de color negro que ella me había dado. No había espejos en la habitación, así que no pude comprobar mi aspecto. Supongo que daba igual cómo lucía, estaba muerto y ya no tenía cuerpo físico, a pesar de que mi alma seguía amoldada a él. Gracias a que mi cabello permanecía húmedo pude peinarlo vagamente con mis dedos. Olía a lluvia y a barro, y me preguntaba si existían las duchas para almas.

Al cabo de unos minutos, me digné a bajar al último piso. A pesar de tener cierta sospecha, de todas formas, no pude evitar sorprenderme al encontrarme en medio de la tienda de antigüedades, mucho menos, cuando entre sus muebles, como una fiesta de bienvenida, me recibieran tantas personas desconocidas, entre todos, estaba ella.

―Es un placer tenerte de vuelta con nosotros ―dijo, mientras se acercaba a mí―. Como dije, lo más seguro es que no sepas dónde estás, ni quienes somos nosotros. Tampoco será raro que hayas olvidado tu condición de alma. Es normal en algunos. Pero, no te preocupes. Yo estoy acá para eso. Soy tu cuidadora y puedes llamarme Alma.
Literal, tuve que morir para saber su nombre.

2 comentarios sobre “Morir para conocerte.

Deja un comentario